Daniel Zuloaga Boneta XVII.
El impresionante y para
muchos desconocido Monasterio de San Bernardo o de Nuestra Señora de Monte Sión
tiene su origen en el año 1426 cuando su fundador Fray Martín de Vargas
-confesor del Papa Martín V y reformador de la Orden del Císter- obtuvo del canónigo de de la Catedral Alonso Martínez unos
terrenos en un paraje idílico al que llamaron de Monte Sión porque "de
allí había de salir, con el favor divino, la ley de la reforma como de otra
nueva Jerusalén". En un primer momento los monjes vivieron en
celdillas entretejidas de ramas de árboles hasta que el año siguiente fue
colocada la primera piedra del templo el día 21 de enero de 1427. Su vida era
ejemplar -no hay que olvidar que esta reforma del Císter surgió a raíz de la
relajación detectada en las décadas precedentes- y la construcción se sufragaba
con limosnas y sacrificios, a los que se añadieron más tarde generosos donativos
como el del contador del rey Juan II Alonso Álvarez de Toledo. Quiso allí
enterrarse el prepotente valido de este monarca, Don Álvaro de Luna, pero finalmente los monjes se opusieron -según algunas
fuentes por no considerar que encajase en su ideal de pobreza, si bien años
después sí se enterraron allí el citado Alonso Álvarez y su esposa-.
Tras la muerte de Martín de Vargas en 1446 el monasterio fue
ampliado sobre todo bajo los auspicios del obispo de Astorga García Álvarez de
Toledo y más tarde del canónigo y apostólico de la catedral Francisco Álvarez
de Toledo en 1494.
El edificio que hoy se conserva es en buena medida el que en
aquel siglo XV se levantó en las fases citadas, si bien sufrió importantes
reformas y ampliaciones posteriores, como la construcción del cuarto de la
hospedería por el afamado Alonso de
Covarrubias (comenzado en 1549) o la del
soberbio claustro toscano bajo las trazas de Nicolás de Vergara
el Mozo (iniciado en 1576 pero que tardó más de 50 años
en finalizarse).
Esta Congregación Cisterciense de Castilla fundada por
Martín de Vargas superó muchas trabas y vejaciones dentro de la propia Iglesia
-llegó a desvincularse de la autoridad jurídica del Císter- pero sin embargo
fue floreciente espiritual e intelectualmente hasta 1700, comenzando desde
entonces una decadencia que tuvo su puntilla con la desamortización de
Mendizábal en 1835.
A
partir de la desamortización el Monasterio sirvió como casa de labor y tuvo
varios propietarios. En 1925 su propietario era Luis de Urquijo, Marqués de Amurrio, quien
a instancias de Alfonso XIII promovió en él el último intento por recuperar la
otrora potente industria sedera toledana. Se plantaron miles de moreras en los
alrededores del edificio y en las vegas cercanas, se acondicionaron estancias y
se fundó el Real Instituto Sericícola de Castilla y Extremadura.
Poco
después el proyecto fracasaría y sería abandonado. De él hoy solo nos quedan
aún numerosos ejemplares de morera en la zona, algunos incluso que datan de la
época y otros ya naturalizados hijos de aquellos. El Monasterio fue legado en
1966 por el ingeniero agrónomo Tirso Hipólito Rodrigáñez Sánchez-Guerra a las monjas. Hoy acoge una hospedería y de
nuevo lo habitan monjes cistercienses de la Orden Cisterciense de la Estrecha
Observancia.
Daniel Zuloaga Boneta (Madrid 1852-1921
Segovia) legó a la ciudad una colección de murales de cerámica que aún se
conservan en las pérgolas del jardín para el que fueron diseñados. El Monasterio de San Bernardo o de Nuestra
Señora de Montesión custodia estas joyas de la cerámica modernista y
neorenacentista que los Zuloaga introdujeron en España.
Los azulejos de San Bernardo se dividen
en seis escenas formando dos trípticos en los que el artista que firma cada uno
de los paneles, representan los espacios más emblemáticos de la ciudad de
Toledo en el siglo XIX y los rostros de ocho personajes de las Letras y la
Historia.
Para los murales de Montesión Daniel
empleará dos técnicas: sobrecubierta y cuerda seca. Las escenas centrales de
los trípticos las dedicará al Puente de
San Martín con San Juan de los Reyes en segundo término y al Puente de Alcántara con el Castillo de San
Servando de fondo. De formato oval, el artista enmarca estos dos paisajes
costumbristas en los que aparecen personajes de su serie regionalista en grecas
neorenacentistas similares a las del mural que presentó en 1911 a la Exposición
Nacional de Artes Decorativas por el que recibió la primera medalla en la
sección segunda. (Por la fachada del
Museo de Ultramar; hoy Palacio de Velázquez en el Retiro).
Cada greca o marco cuenta con cuatro
cartelas con los rostros de los poetas del Siglo de Oro Francisco de Quevedo,
Miguel de Cervantes, Lope de Vega y Calderón de la Barca, y la segunda con los
personajes históricos Carlos V, los Reyes Católicos Isabel y Fernando y el de
Isabel de Portugal.
Estas escenas están flanqueadas por
otros murales verticales de 148 azulejos cada uno. Zuloaga pintó en un primer
conjunto -el del Puente de Alcántara- una procesión parroquial con dos
monaguillos y un feligrés que porta la Cruz con manga de Santo Tomé, y la
espadaña de la Iglesia de San Justo y Pastor. Mientras que en el tríptico del
Puente de San Martín representó a los laterales la Puerta de Bisagra y la del
Sol.
Es de reseñar que a los paneles
laterales del primer tríptico le faltan en su parte baja, siete azulejos al de
la derecha y ocho al de la izquierda, por lo que carecen de la firma del autor
ambos.
Primer trípico
Segundo tríptico
He visitado el lugar pasada semana, y puedo comentar que los azulejos que faltaban han sido repuestos, felizmente no estaban perdidos, al parecer.
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