viernes, 9 de agosto de 2013

Guerras napoleónicas (VII)

La penúltima campaña de las guerras napoleónicas (VII). Los inconvenientes de ignorar la propia Historia. La batalla de Sorauren (25-07-1813)
29 de Julio de 2013
Por Carlos Rilova Jericó
Esta semana pasada, el jueves, fue, entre otras cosas, un día de Santiago que quedó marcado por una catástrofe ferroviaria de proporciones sobrecogedoras, precisamente a las puertas de Santiago de Compostela.

Para muchos otros, afortunadamente, sólo fue el comienzo de un largo puente. Para  la Historia menos reciente, pero aún contemporánea, y para todos aquellos que se interesan, de un modo u otro, por ella, fue el 200 aniversario de un hecho poco conocido, pero fundamental, en el desarrollo de aquel gran envite en el que tanto se jugaba en Europa, y en el Mundo, ahora hace dos siglos. Ese que, vulgarmente, llamamos “guerras napoleónicas”.
En efecto, ese día el ejército bajo mando de mylord Wellington, al que la semana pasada habíamos dejado estancado, dedicándose a ocupar estratégicamente la mayor cantidad de territorio guipuzcoano y navarro que le fuera posible, tendrá que afrontar dos grandes batallas.
Una de ellas se dará ante los muros de San Sebastián, la otra comenzará ese mismo día en Valcarlos, en Navarra, cuando la vanguardia de las tropas del mariscal Soult choque contra la del ejército aliado anglo-hispano-portugués que trata de mantener bloqueada la plaza de Pamplona, así como abierta la comunicación entre esas tropas y las que en ese mismo momento están asediando San Sebastián, evitando que sean divididas y vencidas por separado. Tal y como pretende el enviado de Napoleón, el ya mencionado mariscal Nicolas Jean-de-Dieu Soult.
La batalla que tiene lugar en territorio navarro es, sencillamente, formidable, en el peor sentido que se puede dar a esa palabra. Las operaciones se prolongarán durante cerca de una semana. Es decir, lo que va del día 25 de julio al 31 de ese mismo mes.
Durante esos días las tropas de Wellington deberán luchar casi constantemente, sin apenas descanso, replegándose y desplegándose de tal modo que la entrada de Soult por Valcarlos no se convierta en una desbandada de ese ejército aliado, victorioso, hasta ese momento…
Los combates se desarrollarán en condiciones verdaderamente duras.  Por ejemplo operando en medio de una niebla tan espesa que no permite siquiera ver al enemigo que, sin embargo, como nos recuerda el general Gómez de Arteche en su prolija Historia de la Guerra de Independencia -que sigo como fuente una vez más-, favorecerán la retirada de las vanguardias anglo-hispano-portuguesas hasta llegar al punto donde la retirada ya no es posible.
Es decir, a la villa  de Sorauren, a siete kilómetros de Pamplona. Es decir, el lugar en el que, por las características del terreno, resulta imposible hacer otra cosa que no sea o vencer a las tropas enemigas, o salir en desbandada por una gran llanura que es el sueño de toda División de Caballería -y en el Ejército napoleónico había alguna de las mejores de esa época- que trate de demostrar sus habilidades.
Sobre ese punto se dará un gran choque entre las tropas aliadas retiradas de los Pirineos y las que el mariscal Soult ha logrado traer, en dirección inversa a la que recorre Carlomagno según algunos el 15 de agosto del año 778 y según otros el 808, mil años antes de la invasión napoleónica.
Para ese momento, el 28 de julio de 1813, Wellington ya ha salido de Hernani, desde donde, como nos dice Gómez de Arteche, seguía la operaciones de asalto contra San Sebastián en la noche -trágica para muchos- del 25 al 26 de julio.
En ese momento, el destructor de Napoleón, el indiscutido héroe de Waterloo tendrá que demostrar su superior conocimiento del arte militar.
Deberá detener, por un lado, el intento de salida que hacen las tropas napoleónicas bloqueadas en Pamplona -para unirse a las de Soult que vienen a socorrerlas- y por otro a las del propio mariscal Soult, que avanzan sobre las líneas aliadas sin que se haya conseguido contenerlas desde el día 25 de julio. El objetivo de ese ejército francés es desbordar las tropas anglo-hispano-portuguesas y hacerse con todo ese terreno que permitiría a Nicolas Jean-de-Dieu Soult, en el mejor de los casos, tanto destrozar al grueso de las tropas del ejército aliado, como envolver a las que en ese momento tratan de apoderarse, desesperadamente, de San Sebastián.
Como dos boxeadores fajados, Wellington y Soult se asestarán un golpe tras otro entre el 28 y el 31 de julio. 
Son horas desesperadas, en las que cualquier error puede ser fatal.  Si la derecha del centro aliado, defendida por unidades españolas cae, el resto del ejército caerá; si las unidades estacionadas sobre el camino que lleva a Tolosa desde Sorauren no consiguen detener los ataques que se van a lanzar contra ellas previsiblemente, Wellington puede ya darse por derrotado. Quizás no de manera total, pero sí parcialmente al menos. Lo bastante como para que tenga que retirarse a Vitoria, o incluso más hacia el Sur, una vez más…
El resultado final será favorable al vizconde de Talavera. Pero sólo tras varios días de aguantar embates de un formidable ejército bajo el mando de uno de los más celebres mariscales de Napoleón, que hará sufrir a Wellington momentos de verdadero infarto.
Por ejemplo cuando queden frustrados, gracias a las tropas bajo mando del general Carlos de España y de Enrique José O´Donnell -reaccionario tío del mucho más célebre, y liberal, Leopoldo-, los intentos de la guarnición francesa de Pamplona de romper el bloqueo y capturar a las tropas aliadas entre dos fuegos, evitando así que jornadas como la del día 28 de julio se conviertan en el más glorioso de los desastres para mylord Wellington.
El corolario final de esa tenaz y, en fin, bien organizada resistencia, será que Soult no tiene más remedio que volver por donde ha venido, retirándose al otro lado de los Pirineos, esperando una mejor ocasión.
Ante esos hechos consumados sin duda uno podría sentirse optimista de haber estado el 31 de julio de 1813 metido en el uniforme, el bicornio y las botas de Wellington, sin embargo…
Sin embargo, el verdadero Wellington sabe que se ha salvado por muy poco, él y su ejército aliado, y que ese día aún queda mucho para que la guerra esté ganada. La situación de las tropas aliadas dista, en efecto, mucho de ser la ideal ese 31 de julio de 1813.
Siguen más o menos donde estaban un mes antes. Es decir, bloqueadas ante San Sebastián que, pese a todo, ha resistido el dramático ataque nocturno de la noche del 25 al 26 de julio, logrando deshacer las columnas de asalto formadas por regimientos tan curtidos como los del tercer batallón de los Royal Scots, hacer varios cientos de prisioneros y obligar a esa sección del ejército angloportugués a retirarse del modo más desordenado bajo la mirada, es de imaginar que nada complacida, de myord Wellington.
Por otro lado, los resultados finales de esta batalla de los Pirineos, el 1 de agosto de 1813, pueden hacer que el vizconde de Talavera sienta algo de entusiasmo. Todo el que un  carácter más bien reservado como el suyo quiera permitirse. Sin duda.
Aún así, mylord no puede olvidar ese mismo día que tiene ante él un grave problema que no parece capaz de resolver. Sabe que las fuerzas de Napoleón declinan ante él, como lo demuestra esa desbandada en el paso de los Pirineos, sin embargo Wellington ve que no puede ir más allá de la frontera del Bidasoa si no logra antes acabar con la resistencia de San Sebastián.
Tardará un mes más en resolver esa situación. Un mes en el que podría haber ocurrido cualquier cosa.
Desde que Soult hubiese logrado enmendar su error de haber acudido primero en socorro de Pamplona -en lugar de haber atacado en primer lugar San Sebastián- poniendo sobre el terreno una decidida entrada a principios de agosto por el Bidasoa, como que -aún peor-, Napoleón lograse reconducir la situación en el Norte de Europa para volverse hacia España, repitiendo su éxito de la contraofensiva del otoño de 1808.
Eso, en definitiva, es lo que se estaba jugando hoy hace doscientos años en territorio guipuzcoano y navarro.
Es decir, un destino u otro para la Europa de 1813, que hubiera cambiado la Historia tal y como hoy la conocemos del mismo modo -o peor aún- en el que lo podría haber cambiado cierta batalla que tendrá lugar a mediados de junio de 1815 en un, hasta entonces, desconocido campo de Flandes llamado Waterloo   
Hoy es, quizás, una buena ocasión para recordar los hechos que tienen lugar en San Sebastián o las afueras de Pamplona entre el 25 de julio y el 1 de agosto de 1813, para darnos cuenta -al fin, después de doscientos años- de que esos lugares fueron hace dos siglos poco más o menos el equivalente a lo que fue Normandia en 1944, en el cuarto año de otra guerra mundial contra otro dictador que, según confesión propia, admiraba mucho a Napoleón…
El correo de la historia.
Blog de la Asociación de Historiadores Guipuzcoanas “Miguel de Aranburu” (Diario Vasco)

2 comentarios:

  1. Muy buena descripción de la situación, no tan debil, de los napoleónicos y que pone en apuros al inglés en ese lugar llamado Sorauren.

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  2. Los napoleónicos no fueron débiles; quizas se embarcaron en demasiados frentes y contra demasiados enemigos, lo demuestra que invadieron y mantuvieron su dominio durante años sobre España.
    Salud

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