viernes, 13 de septiembre de 2013

Guerras napoleónicas X

La penúltima campaña de las guerras napoleónicas (X). Los cañones de agosto y el culto a Napoleón
19 de agosto de 2013
Por Carlos Rilova Jericó
A quienes siguen esta serie de artículos sobre la penúltima campaña de las guerras napoleónicas, probablemente no les pillará de sorpresa lo que les voy a contar para empezar este nuevo capítulo de la misma. Se trata de lo que ocurrió el día de la Ascensión -o Asunción- de la Virgen de hace dos siglos.  
Ese 15 de agosto, como todos desde que Napoleón se coronó emperador, sus tropas, aún dispersas por media Europa, celebraron con todo el estruendo necesario el día de San Napoleón. Esa festividad que el emperador había obligado al Vaticano a crear “ex-profeso”. O, más bien, de la nada, casi inventándose la existencia de un mártir cristiano con un nombre más o menos similar a “Napoleón”.
De ese modo Napoleón -no descubro nada y, de hecho, ya lo conté en otro artículo de esta serie, el número VIII-, aparte de autoglorificarse un poco más, desplazaba la festividad de la que aún hoy se llama “Virgen de Agosto”.
Algo que las tropas sitiadas en San Sebastián en esas fechas, el 15 de agosto de 1813, no se privaron, ni mucho menos, de poner en escena una vez  más, haciendo ver a las tropas angloportuguesas que rodean la ciudad y preparan su asalto que su moral, y sus recursos, están en tan buen estado como para no pasar por alto la festividad de San Napoleón.
Un mensaje fatídico realmente para un ejército que, por culpa de ese asedio sin resolver, estaba literalmente atrapado en estas mismas fechas -de hace dos siglos- en un cuadrado no menos fatídico formado por el territorio abarcado entre varias fortalezas que siguen en manos del ejército napoleónico: San Sebastián, Pamplona, Bayona… tal y como señalará años después uno de los altos oficiales de esas tropas aliadas, sir William Napier, en su “Historia de la guerra peninsular”, ya mencionada en diversas ocasiones en este correo de la Historia como la fuente histórica de primer orden que es.
La traducción para esas tropas angloportuguesas, bloqueadas ante San Sebastián, de los alardes festivos hechos por la guarnición napoleónica el 15 de agosto debió de ser realmente angustiosa: esos soldados napoleónicos no parecen desmoralizados en absoluto, siguen confiando en su ídolo, en que finalmente los rescatará. Probablemente con el mismo ejército al mando del mariscal Soult que ha sido rechazado entre el 25 de julio y el 2 de agosto en los Pirineos… En definitiva, el 15 de agosto de 1813 los soldados que sitian San Sebastián asisten a una desmoralizadora escenificación de eso que años después un historiador francés -J. Lucas-Dubreton- llamará, acertadamente, “el culto a Napoleón”.
Se trata de un arma verdaderamente potente. En ocasiones, como finalmente acaba ocurriendo en San Sebastián y en San Marcial el 31 de agosto de 1813, no servirá de gran cosa a la hora de anotar una nueva victoria para las banderas francesas. Sin embargo, desde 1848 en adelante, ese culto a Napoleón, como parte esencial del culto a otros héroes “franceses” -desde el jefe galo Vercingétorix hasta Charles de Gaulle pasando por Santa Juana de Arco, San Luis rey de Francia, Francisco I, el cardenal Richelieu…- es la base sobre la que se forma una nación dispuesta a morir a millares en los campos de batalla de Europa y del resto del Mundo. Un mínimo sacrificio, bajo ese punto de vista, por un país tan glorioso como el que describe ese culto fuertemente enraizado en la Historia francesa y vulgarizado por medio de novelas, imágenes, grabados, libros para niños y jóvenes y un “merchandising” al que nada tiene que envidiar el Hollywood de hoy día. Salvo, quizás, la sutileza mucho mayor con la que se opera en Francia por medio de esos instrumentos.
Como ejemplo puede bastar lo que ocurre en ese país, Francia, hace ahora exactamente 99 años, cuando comienza, en serio, la que entonces se llamó “Gran Guerra” y nosotros conocemos como “Primera Guerra Mundial”.
Durante el mes de agosto de 1914, en el que se consuma lo iniciado por el asesinato en Sarajevo del archiduque Francisco a finales de junio de ese año, miles de franceses no se cuestionan la necesidad de ir a morir por Francia -esa Francia encarnada, entre otros, por Napoleón y su Gloria militar-, exponiéndose al fuego de esos “cañones de agosto” que la historiadora norteamericana Barbara W. Tuchman ha convertido en el símbolo del comienzo de esa guerra que lo trastorna todo, dando lugar al mundo en el que hoy vivimos.
Sí, por difícil que resulte de creer ahora, contado y leído en frío, los franceses de 1914 -salvo las honrosas excepciones de costumbre- no dudan un momento en lanzarse de cabeza a un inmenso matadero. Uno en el que muchos de esos aspirantes a héroes ni siquiera tienen la oportunidad de ver el rostro del enemigo como, se suponía, sí ocurría en las guerras napoleónicas, siendo, por el contrario, aplastados por inmensas explosiones lanzadas por cañones con mayor alcance, con mayor capacidad de enviar cada vez más lejos cargas explosivas de mayor potencia. Una Artillería capaz de crear la llamada “cortina de fuego”, que barre kilómetros y kilómetros de frente. Bien para proteger a las tropas propias, bien para aniquilar a las enemigas enterrándolas literalmente vivas, por millares, en cuestión de minutos.
La “Gran Guerra” que empieza con esos “cañones de agosto” de 1914, en efecto, no puede comprenderse sino como el resultado final de lo que se vive en aquella otra Europa de las guerras napoleónicas. Esa en la que se hace de un hombre un ídolo casi divino y de la idea abstracta de nación -simbolizada en grandes hombres como Napoleón, en banderas, en nombres de batallas, gloriosas incluso siendo sonadas derrotas-, un motivo más que suficiente para morir y matar aunque sea de ese modo tan absurdo, tan poco heroico, apenas un par de minutos después de llegados a la línea del frente sin haber visto siquiera el rostro del enemigo.
Lo demuestra claramente, por ejemplo, el espasmo patriótico que recorre Prusia -otra de las grandes protagonistas de 1914- en el verano de 1813 donde, inspirados por el caso español, como cuenta nuestra colega historiadora Remedios Solano, se pone en armas a miles de soldados prusianos sobre el terreno para empujar a Napoleón de vuelta a París, sacándolo de la Väterland, de la patria prusiana, no bien las cosas mejoren en el frente peninsular, una vez que se haya rebasado ese cuadrado mortal del que habla Napier, quebrantando la resistencia de guarniciones como la que el 15 de agosto celebra San Napoleón en  San Sebastián.
Eso -la gloria de Napoleón, y Francia, la “Väterland” prusiana apenas inaugurada en 1813…- lo explica todo. Y principalmente cómo se galvaniza a miles de hombres para repetir, una y otra vez, la misma guerra -con medios cada vez más destructivos, eso sí- durante casi dos siglos.
Así las cosas, si nos preguntamos por el sentido de aquellas guerras napoleónicas que se están decidiendo a los pies de los Pirineos occidentales en el verano de 1813, deberemos reflexionar sobre ese culto a Napoleón manifestado en ocasiones como la que tiene lugar en San Sebastián el 15 de agosto de 1813, o en réplicas a la fiesta de San Napoleón como esa “Väterland”, esa Patria, que los soldados prusianos invocan cuando tratan de romper las líneas napoleónicas en esas mismas fechas.
Que eso ocurriera ahora hace doscientos años no implica, desde luego, que tenga menos importancia o que haya perdido su capacidad de explicar hechos a veces tan incomprensibles -si se miran sólo superficialmente- como la tenaz resistencia de una fortaleza clave, como lo era la de San Sebastián en agosto de 1813. O, si a eso vamos, la muerte de verdaderos rebaños de hombres -austriacos, alemanes, rusos, portugueses, británicos, franceses, algunos centenares, tal vez miles, de voluntarios españoles…- bajo los terribles cañones de agosto de 1914.
El correo de la historia.
Blog de la Asociación de Historiadores Guipuzcoanos “Miguel de Aranburu” (Diario Vasco)

6 comentarios:

  1. DON JAIME
    El Carlos Rilova es tan confuso que cuesta saber a dónde va con sus párrafos. Será un gran historiador pero es un malísimo pedagogo.
    Y lo que dice sobre sacralizar a Napo con la festividad de San Napo mejor haría en callarse porque a santos no nos gana nadie a los españoles. Desde el Santiago y cierra España de todas las batallas a los milagreros hechos sucedidos por mediación del correspondiente santo del lugar de la batalla.
    Para colmo la famosa batalla de CLAVIJO en la que Santiago en caballo blanco derrotó a los moros, ni siquiera existió.

    El Escorial se construyó en conmemoración a una batalla ganada a los franceses el día de San Lorenzo, santo quemado en una parrilla, y por ello el Escorial lo construyó Felipe II en forma de parrilla.

    El contrabandista de Pelayo dió una tunda a una partida de moros que se adentraron en su territorio y lo atribuyeron a la Virgen de Covadonga.

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  2. Supongo que lo extraño de sacralizar a Napo, es por que se pretendió hacer en vida.
    Nuestros jercitos hace mucho que se encomiendan al santo de su devoción y se le convirtió en patrón del arma o ejecito correspondiente.
    Salud

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  3. Hola Jaime: he venido a visitar tu precioso blog, tan bien documentado, para saludarte, y desearte mucha salud, y que de vez en cuando visites BLOGUEROS, porque se te echa de menos.
    Un fuerte abrazo
    Leonor

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  4. Gracias Leonor, prometo hacerlo.
    Un abrazo

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  5. Es buena ocasión para descubrirme ante unos hechos que desconocía. Vergonzoso en mí, pues tan a gusto cómo me siento entre Historia Española y fallo por la base, los hechos acaecidos en nuestro propio territorio penínsular. Excelente exposición.

    Un saludazo.

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  6. Asi es Peinado, la historia escrita con rigor, es lo mejor contra nacionalismos rancios como pasa aqui
    Salud

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