La penúltima campaña de las guerras napoleónicas (VI). Vida del Napoleón negro (homenaje a Nelson Mandela)
22 de Julio de 2013
Por Carlos Rilova Jericó
En el Sur del continente, los ejércitos aliados han logrado ocupar prácticamente todo el territorio guipuzcoano tocando, desde España, la frontera de Francia. Sin embargo, su mando supremo, Wellington, sabe que esa situación es, cuando menos, precaria.
Nos cuenta el general Gómez Arteche en su Historia de la Guerra de Independencia que el vizconde de Talavera ha avanzado dejando detrás de él, muchas, demasiadas quizás, plazas fuertes aún ocupadas por los soldados de Napoleón: Pancorbo, Santoña, San Sebastián, Pamplona… Todas ellas han sido bloqueadas, ciñéndose al principio invariable en táctica militar desde el Renacimiento de no avanzar jamás dejando al enemigo, a espaldas del propio ejército, en una plaza fuerte que le permita hacer una salida a retaguardia de esas tropas.
Eso ha llevado al ejército aliado que aún combate en España a distraer considerables efectivos para mantener a esas guarniciones francesas -algunas muy numerosas, como la de San Sebastián- dentro de los muros de esas plazas fuertes que están cumpliendo, a la perfección, el papel para el que han sido diseñadas. Es decir, retrasar o impedir una ofensiva decidida y un avance claro y sin trabas de un ejército enemigo, hasta que se puedan enviar refuerzos a sus guarniciones sitiadas o bloqueadas para organizar una contraofensiva en condiciones.
Algo que, por supuesto, la calenturienta mente del emperador Napoleón ya ha previsto. Concretamente desde el 1 de julio de 1813. En esa fecha ha mandado desde Dresde, donde trata de detener el avance de sus enemigos del Norte de Europa, unas claras y tajantes instrucciones -muy en su estilo- al mariscal Soult. El objetivo de dichas instrucciones es decirle que debe recuperar el Noroeste de España a la mayor brevedad posible tomando “cuantas medidas exija el restablecimiento de mis asuntos en España para conservar Pamplona, San Sebastián y Pancorbo”. Tal y como lo refleja la completa traducción de esa orden -que incluye desplazar a Soult de incógnito- recogida por el general Gómez de Arteche en su libro…
Tras una larga preparación de más de dos semanas, el primo del emperador -así se refiere Napoleón a Soult en esas instrucciones- dará el paso decisivo, atravesando los Pirineos y poniendo a mylord Wellington en un brete del que hablaremos, por cuestión de efemérides, la semana que viene.
Sin duda se trata de un diseño estratégico admirable y que muestra el genio militar de un Napoleón que, en el verano de 1813, se debate en Alemania, tratando de contener, por así decir, con las manos la ofensiva de rusos y prusianos en el Norte y con la bota el comprometido, aunque aún indeciso escenario, que Wellington ha precipitado en España con la derrota de Vitoria y el frenético avance para ocupar la mayor parte del territorio guipuzcoano en, apenas, los últimos días de junio y los primeros de julio.
Cosas así son las que contribuyeron a forjar no sólo la leyenda de Napoleón, sino incluso el culto a su personalidad. Convirtiéndolo en un ser casi divino, incomparable… ¿Incomparable?, ¿realmente Napoleón no podía compararse con ninguno de sus contemporáneos, dejando aparte a mylord Wellington?.
La respuesta a esa última pregunta es “no” y nos lleva a esa Sudáfrica que hoy está, una vez más, en el ojo del huracán informativo a causa de la enfermedad -terminal según se dice- de Nelson Mandela, durante muchos años un símbolo de la resistencia pacífica contra otro régimen tiránico y opresor.
En efecto, había en esa parte del Mundo, en ese verano de 1813 en el que Napoleón hace gala de sus habilidades de estratega, otra mente tan brillante como la suya. Aunque fuera a una escala distinta. Se trataba del futuro rey zulú, Shaka Zulú, al que, con bastante justicia, se le dio el título de Napoleón negro. Uno que comparte con el antiguo esclavo antillano Toussaint Louverture, jefe de la rebelón servil contra Francia durante la época revolucionaria en la colonia de Santo Domingo que, curiosamente, ostentó rango de general español al menos entre 1793 y 1794 .
Lo cierto es que el rey Shaka, parece merecer con mucha más razón que Toussaint ese título de “Napoleón negro”. Las hazañas de Toussaint, sin dejar de ser considerables, nunca estuvieron a la altura de aquel otro Napoleón -Bonaparte- al que él imita incluso en su florida vestimenta de general de la época revolucionaria.
Ciertamente lo que hizo Shaka, aún, insisto, a pequeña escala, se parece mucho más a lo que realiza Napoleón, más o menos en las mismas fechas en Europa.
Si seguimos lo que nos cuenta el periodista cartagenero Carlos Roca en su interesante obra de divulgación “Zulú”, dedicada, principalmente, a tratar de la batalla de Isandlwana -en la que la nación Zulú aplasta al ejército británico el 22 de enero de 1879-, Shaka nació de una relación irregular del rey de un pequeño clan, los zulú -“cielo”- en el año 1787.
Su padre, Senzangakoma, no le ahorrará desprecios. Su madre, Nandi, decidirá llevarlo al poblado principal de los methehwa, un clan en esos momentos infinitamente más poderoso que el zulú, donde Shaka -el escarabajo, así llamado porque los zulúes decían que en realidad la preñez de Nandi era fruto de un parásito intestinal con ese nombre: Ishaka- medrará rápidamente bajo la protectora sombra del rey methehwa Dingiswayo, que ve su gran potencial.
Tal y como recoge Carlos Roca en “Zulú”, el Shaka adolescente ganará adeptos rápidamente entre sus compañeros de regimiento en el ejército methehwa gracias a sus evidentes cualidades, que van desde una notable fuerza y altura -al parecer superior al metro noventa- a unas evidentes capacidades de liderazgo y organización que, con el apoyo de Dingiswayo, le llevan en 1816 a tomar el control absoluto del clan zulú tras la muerte de su padre Senzangakoma.
Lo hará de un modo que recuerda al 18 de Brumario de Napoleón. Shaka se presentará en el poblado principal del clan zulú, Kwabulabayo -que Carlos Roca traduce como “el lugar de la muerte”- y reclamará allí su derecho al trono vacante por la muerte de su padre. Toda oposición es aplastada y desde ese momento Shaka introducirá una serie de cambios radicales en la organización militar zulú.
Los regimientos -o amabutho- en los que se encuadra a los jóvenes desde que están en edad militar, pasan de ser unas asociaciones masculinas de carácter más social y festivo que bélico, a adquirir un carácter eminentemente militar sin ninguna clase de paliativos.
En efecto, los amabutho, hasta ese momento se han dedicado a una guerra ritual que, más que una verdadera guerra, es una especie de “kermesse” un poco sangrienta para ajustar diferencias con un mínimo de bajas, de acuerdo a las tácticas guerreras propias de los pueblos llamados por los europeos “primitivos”, que reducen el choque violento a un combate simulado, o a una pelea entre campeones, similar, por ejemplo, a la que habrán visto escenificada en el comienzo de “Troya” de Wolfgang Petersen.
Shaka desecha ese equilibrio y hace que sus amabutho se conviertan en verdaderas unidades de aniquilación con el objetivo claro de localizar al enemigo y aplastarlo sin atender al número de bajas propias ni ajenas.
Para ello Shaka introducirá innovaciones tácticas en el equipo militar zulú. Es el caso de la lanza corta iklwa, que debe utilizarse en el cuerpo a cuerpo y, según dicen, Shaka, tan febril organizador y supervisor como el propio Napoleón, vigilaba si estaba manchada de sangre o no tras cada combate, ejecutando a los guerreros que no pudieran mostrar ese trofeo tras cada batalla.
Sin embargo, el cambio que mejor dibuja el radical giro que Shaka introduce en el África de comienzos del siglo XIX, será su táctica -revolucionaria en África del Sur- llamada “Impondo Zankomo”. Es decir, “los cuernos del búfalo”, que consistía en una variante de la bien conocida táctica puesta en práctica por Aníbal en la batalla de Cannas durante las Guerras Púnicas contra Roma. Una doble envolvente que flanqueaba al enemigo a izquierda y derecha, permitiendo al centro del ejército atacante -en este caso el zulú- hundir el centro de las fuerzas oponentes.
Gracias a esa decidida política y no menos decidida táctica, Shaka logrará, entre 1816 y 1828, la fecha de su muerte, asesinado por su hermanastro Dingane, unir en una sola nación a 383 clanes dispersos y controlar un territorio equivalente a Portugal y al Norte de España.
Un imperio, digno -en su escala- de Napoleón, que perdurará hasta el año 1879, cuando los herederos de Shaka sean barridos por la superior tecnología militar europea. Sobre la que, sin embargo, se cobrarán la gran victoria de 22 de enero de 1879, en la que los rifles de repetición británicos Martini-Henry no podrán nada contra miles de guerreros zulúes. Los mismos que se desplegarán sobre el ejército de Su Graciosa Majestad la reina Victoria formando “los cuernos del búfalo”, aniquilándolos por el sólo peso del número, acabando con la vida, también, de un descendiente de Napoleón, hijo de su sobrino -el derrocado Napoleón III- que es oficial en el ejército británico en esos momentos. Episodio poco conocido, pero al que se dará cierto pábulo en obras como”Cato Zulu”, de Hugo Pratt.
Una victoria pírrica y que ya llevaba en sí el guión de la destrucción de la nación zulú creada por Shaka, tan capaz de aniquilar un ejército británico a campo abierto, como ocurre en Isandlwana, como de tener que dejar por imposible a la heroica guarnición que, en ese mismo momento, es capaz de resistir, gracias a sus tácticas y tecnología militar superior, tras las barricadas de Rorke´s drift. Tal y como se cuenta, con algo más de romanticismo, en una película por lo demás tan recomendable como “Zulú” de Cy Endfield, autor del guión de otra producción posterior -“Amanecer zulú”- estrenada en el centenario de Isandlwana, en 1979, donde se refleja gran parte de lo que les he contado.
Con ello se abrirá un panorama que acaba en el sometimiento del imperio de Shaka a británicos y, especialmente, holandeses, los famosos “boers” con los que Gran Bretaña lucha por el control de Sudáfrica a principios del siglo XX.
Lo que años después permitirá crear el régimen del “Apartheid”, contra el que otro gran general africano, Nelson Mandela, combatirá hasta el año 1990.
El correo de la historia.
Blog de la Asociación de Historiadores Guipuzcoanas “Miguel de Aranburu” (Diario Vasco)
Muy interesante y muy entretenido lo que traes hoy, Don Jaime.
ResponderEliminarNo sabía cómo se llamaba el que organizó a los zulús pero sí tenía datos e imágenes de la batalla en que los zulús derrotaron en toda linea, con flechas, al ejército británico todo él lleno de cañones y fusiles.
Posiblemente la mayor humillación militar británica tras la derrota de Cartagena de Indias a manos de nuestro paisano Blas de Lezo.
Un homenaje y recuerdo a Mandela. Se lo merece.
Yo tambien creo que se lo merece; y de lo que me dices de los ingleses, seguro que sufrieron mas derrotas, pero tu sabes que siempre que era así, se ordenaba que no existieran y todo quedaba claro.
ResponderEliminarSegún la historia britanica, Vernon no estuvo en Cartagena de Indias nunca, por eso no pudo perder una batalla que no existió
Salud
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ResponderEliminarEstamos con el bicentenario y es bueno recordar la historia de España, en su independencia del imperio francés.
EliminarSaludos