La penúltima campaña de las guerras napoleónicas (V). El 14 de julio y el general Castaños
15 de Julio de 2013
Por Carlos Rilova Jericó
Este domingo, ayer mismo, habrán visto por la televisión el apabullante desfile con el que Francia celebra su principal fiesta nacional.
Al igual que la de los Estados Unidos se conmemora en el mes de julio y también al igual que la de los Estados Unidos, tiene su origen en acontecimientos revolucionarios puestos en la escena histórica durante las últimas décadas del siglo XVIII.
En el caso de Francia, el acontecimiento en cuestión es la toma, un 14 de julio de 1789, de la prisión de la Bastilla, de la que no quedó piedra sobre piedra, utilizándose éstas para hacer ”souvenirs”, tallando en cada una de ellas pequeños modelos a escala de esa cárcel de Estado para los entusiastas de la revolución recién triunfante.
Es lógico que la actual República francesa, heredera directa de aquellos acontecimientos, haya institucionalizado el 14 de julio como Fiesta Nacional y la célebre atronando los Campos Elíseos con la sobrecogedora marcha a toque de timbal y corneta de la Guarda Republicana a caballo. O con el despliegue, no menos impresionante, de la mítica Legión Extranjera -curiosamente fogueada en 1835, en sus inicios, durante la primera de las guerras carlistas- cantando sobre marchar o morir.
Al fin y al cabo el asalto a la Bastilla el 14 de julio era el punto de no retorno de lo iniciado días atrás en la reunión de los Estados Generales, que juran no separarse hasta dar a Francia un sistema de libertades que nada tenga que ver con el origen -noble o plebeyo- de los que la habitan y van a recibir pronto el título, verdaderamente revolucionario, de “ciudadano”. Ese que los diferencia de los antiguos súbditos de los reyes absolutos, de esos que la más incendiaria documentación de la época califica de “esclavos”.
Pero, en plenas guerras napoleónicas, en un 14 de julio de 1813, por ejemplo, ¿qué pasaba con esa fecha?.¿Alguien la celebraba?. ¿Alguien la recordaba, a ella y a lo que representaba, para bien o para mal?. ¿Tendría lógica?. Al fin y al cabo, el 14 de julio de 1789 desencadenará las guerras revolucionarias en las que se forjan tanto Napoleón como sus ejércitos, esos que aún siguen dando guerra -y mucha- en 1813…
Quizás encontremos algunas respuestas a todas esas preguntas en un documento conservado en el folio 604 del Libro de Actas del Ayuntamiento de Tolosa, custodiado hoy en su archivo municipal bajo la signatura A 1, 65.
Se trata de una petición que el nuevo Ayuntamiento de Tolosa eleva el 14 de julio de 1813 al capitán general de los llamados Ejércitos Nacionales, que tiene en esos momentos su cuartel general en Tolosa precisamente.
La petición no puede ser más propia de los llamados “patriotas finos” con los que se han ido formando los nuevos Ayuntamientos, a medida que los ejércitos aliados avanzan desde el Sur y remueven a las autoridades impuestas “manu militari” por el ejército napoleónico durante cerca de cinco años, a contar desde 1808.
En esa carta a la más alta autoridad militar española en ese momento y lugar, los magistrados municipales de esa villa guipuzcoana recuerdan que les es imposible pagar más contribuciones extraordinarias para mantener a esos ejércitos que, por otra parte, consideran merecedores de todo el bien que se les pueda hacer.
La justificación de tal negativa no puede ser más gráfica. Dicen que Tolosa, sus vecinos más pudientes al menos, pagaron lo que pudieron para mantener a los batallones de voluntarios guipuzcoanos y en una ocasión, dieron la considerable cantidad de 50.000 reales de una sola vez. Todo ello hecho de contrabando, burlando la vigilancia impuesta por los franceses y el terror, tal y como dicen los redactores de este documento, que los jefes de ese ejército de invasión les infundían.
Algo bastante real, que se concretaba, por ejemplo, en las amenazas de muerte que esgrimió ante ellos el general-conde Dorsenne y luego conmutó por el pago del doble de la cantidad que habían dado a las tropas de Jauregui, integradas en lo que luego serán esos Ejércitos Nacionales, que ya han expulsado ese 14 de julio de 1813 a prácticamente todos los restos del ejército imperial francés de territorio guipuzcoano. Salvo por la plaza fuerte de San Sebastián, donde el general Rey se encastilla a la espera de que su emperador le pueda enviar un ejército que libere el cerco sobre él y, al tiempo, desbarate la, de momento, triunfante ofensiva iniciada el 26 de mayo por las tropas aliadas en Salamanca.
Una cuestión crítica, de verdadera emergencia militar, que podría explicar una respuesta cuando menos áspera por parte de ese capitán general de esos Ejércitos Nacionales, que bien podría haber respondido que no era momento para esos escrúpulos y esas quejas, siendo imprescindible sacar recursos de donde fuera posible para mantener sobre el terreno a esas tropas que están a punto, tras cinco años de sangrientas luchas, de invadir el mismo corazón del imperio napoleónico, cruzando el Bidasoa.
La respuesta de ese alto oficial, sin embargo, no podrá ser más suave ni más favorable a los razonamientos del Ayuntamiento patriota de Tolosa. Son las mismas que pueden leer, si quieren, en una de las imágenes que ilustra este artículo y que les transcribo aquí: “considero muy justa esta solicitud, y los comisionados para la recolección de los repartos no molestaran á esta villa (es decir, Tolosa) por pedidos procedentes de repartos hechos anteriormente extendiéndose sus facultades á los impuestos al presente por la Diputación”.
Una respuesta verdaderamente llamativa. En primer lugar porque el que la firma es, en efecto, el capitán general de los Ejércitos Nacionales destinados a esta penúltima ofensiva contra Napoleón en territorio vasco. Es decir, Francisco Xavier de Castaños y Aragorri. O, más simplemente, el hoy controvertido general Castaños.
Si nos atenemos a ella, vemos que en Tolosa, en 1813, nadie recuerda, ni para bien ni para mal, aquel 14 de julio como la fecha especial en la que la revolución francesa pasa de su punto de no retorno y engendra a Napoleón y a todo lo que ha ocurrido entre 1789 y 1813.
Algo especialmente notable en el caso de Castaños, al que inopinada e indocumentadamente -como vemos por el caso que hoy cito- se le ha querido atribuir una misión vengadora durante ese año 1813 contra pueblos “vascos” afectos a los principios revolucionarios de 1794. Esos que casi llevan a la separación de territorio guipuzcoano de la corona española. Misión vengadora y destructora que, supuestamente, alcanzaría su clímax en San Sebastián el 31 de agosto de 1813.
Es evidente por este documento que acabo de citar, que el general nada recuerda, o quiere recordar, en ese 14 de julio de 1813, de lo que pasó en Tolosa entre 1794 y 1795, cuando es ocupada -o liberada, en opinión de muchos de sus vecinos- por las tropas de la Convención francesa. Y eso que se trata de hechos públicos y muy graves. Como los descritos en el libro que en 1989 se publicará bajo la dirección del profesor Jean-René Aymes para describir el impacto de la revolución francesa en España.
Son fragmentos de Historia en los que se describe una Tolosa llena de muchos entusiastas de la revolución, adornados hasta con escarapelas tricolor. Detalles que sólo vienen a corroborar otros que podemos encontrar en los archivos militares franceses de Vincennes, donde se habla de la plantación de un Árbol de la Libertad -supremo símbolo revolucionario junto con el otro “árbol” de la Libertad, la guillotina- en la actual plaza del Ayuntamiento de esa villa guipuzcoana.
Nada de eso parece tener ya importancia para el general Castaños, que, es evidente por el documento citado, nada tiene que reprochar a los tolosarras, aprovechando su negativa a pagar más dinero para mantener a su ejército. Ni siquiera a gente con la que no debía simpatizar mucho. Caso de Pablo Carrese, de una de las principales familias de Tolosa -por tanto una de las elegidas para financiar al ejército aliado-, y que, como se deduce, de las investigaciones realizadas por el profesor Álvaro Aragón -ya conocido de los lectores de esta página- en otra documentación -ésta del Archivo Nacional español- fue una de las que había recibido con vítores desde su casa principal en las afueras de Tolosa a las tropas convencionales en 1794, agitando hombres y mujeres de esa familia banderas tricolor…
Algo perfectamente lógico, ese olvido del general Castaños de todos esos hechos, tan relacionados con el 14 de julio de 1789, y tan visceralmente opuestos a sus ideas políticas.
Por una parte, el general Castaños es un militar que se pliega, como todos los de esa época que hacen armas en aquellos “Ejércitos Nacionales” bajo su mando, a la autoridad civil representada por la Regencia y las Cortes de Cádiz, como consta en diversa documentación. Desde la de Ayuntamientos y Diputación guipuzcoana hasta la del Archivo General Militar de Segovia.
Por otra parte, los Carrese, y muchos otros como ellos, estaban perdonados desde 1800 -cuando la corona española se alía ella misma con la República francesa- y se habían convertido desde 1808 en “patriotas finos”, que ven en Napoleón tan sólo a un opresor militar y un traidor a los principios revolucionarios que ellos han vitoreado, tricolor en mano, en 1794, y contra el que hay que combatir desde el mimo año 1808.
Poco podía hacer contra ellos, por tanto, el general Castaños. Ni siquiera aunque hubiera sido el monstruo incendiario y genocida que algunos quieren imaginarse ahora, juntando algunas líneas sacadas de contexto de un único documento, y que, sin duda, habría tenido una excelente ocasión de manifestarse aquel 14 de julio de 1813, en el que antiguos revolucionarios del 94 venían -a quién y a él- con excusas para no pagar la manutención de los Ejércitos Nacionales y sus tropas aliadas.
Un resultado tan esclarecedor sobre el verdadero comportamiento del general Castaños, uno de los protagonistas de esa penúltima campaña de las guerras napoleónicas, debería hacernos reflexionar a todos sobre las dificultades profesionales de escribir Historia. Un ejercicio que requiere rigor, método científico y otras cosas que, desgraciadamente, están brillando por su ausencia en este bicentenario de aquellos hechos.
Una lacra especialmente visible en el falseamiento de la verdadera conducta de protagonistas de aquellos hechos, como Francisco Xavier de Castaños y Aragorri, deformado y caricaturizado desde una honda ignorancia de la Historia -de nuestra Historia- que nada sabe de documentos como el que acabamos de recuperar hoy. Uno que, desde luego, no va a ser el último a exponer en esta y en otras tribunas.
No al menos hasta que los hechos y los protagonistas de esa penúltima campaña de la guerra contra Napoleón hayan sido contados y descritos con el mismo rigor que el que se ha empleado en otros países civilizados para reconstruir la Historia de, por ejemplo, la batalla de Waterloo. Por sólo citar un caso que nos sitúe a todos en un plano más realista sobre qué es un artículo o un libro “de Historia” sobre las guerras napoleónicas y su bicentenario y qué no lo es.
El correo de la historia.
Blog de la Asociación de Historiadores Guipuzcoanas “Miguel de Aranburu” (Diario Vasco)
No me imaginaba a la localidad de Tolosa aceptando los principios revolucionarios fr la Convención Francesa, aunque sí a los de Irún y Donosti porque eran muchísimo más liberales y menos carcas que el resto de Guipuzcoa.
ResponderEliminarTeniendo en cuenta que en aquellos tiempos los reyes y aristócratas españoles estaban bajo la doctrina política de los curas y sus privilegios, los únicos favorables a las ideas liberales de libertades y derechos ciudadanos eran los Ilustrados o seguidores de las ideas Enciclopedistas. Algo totalmente ajeno a lo que representaba el Napo.
Los aristócratas primeros que se alzaron a favor de esas ideas de la Revolución Francesa fueron los Caballeritos de Azcoitia. Por otra parte la semilla de esas ideas también la dejaron algunos oficiales cultos de Napo entre las gentes de Donosti e Irún.
Lo que es seguro es que la existencia de las llamadas SOCIEDADES GASTRONÓMICAS, sólo de hombres y con sus reglas, procede de la instauración de Logias masónicas que realizaron concretos oficiales franceses muy cultivados.
Más tarde, unos 30 años después, todo esto se reflejaría en las guerras carlistas. En ellas sólo Donosti, Irún, Hernani y Bilbao eran LIBERALES, mientras que los restantes pueblos vascos seguian con sus aficiones al totalitarismo integrista de los carlistones y entre los que predominaba la idea básica de la SUMISIÓN AL CLERO.
Gracias Tella, con tu comentario se amplia magnificamente este post.
ResponderEliminarComo puedes ver no es mio el contenido, no obstante espero que resulte interesante para todos; es la historia y creo que bien contada.
Salud